Qué vergüenza de país el que hoy exponemos
Por Emerson Grajales Usma*
Las variables que han conllevado a elevar la cifra de delincuentes en nuestro país, son muchas pero todas confluyen a una sola definición. La falta de oportunidad laboral. Por tal razón, nos ha correspondido convivir, indeseablemente, con situaciones difíciles al ver a jóvenes en las filas de grupos armados al margen de la ley. Unos por voluntad propia, otros mal persuadidos por los aguerridos criminales y otros, reclutados forzadamente para sus filas delictivas.
Y es que los temores a recibir ejemplares castigos por estos actos delincuenciales se han perdido, gracias a una justicia que ha sido permisiva e indiferente a la hora de “asumir” sanciones judiciales. De ahí que nos corresponda asistir a ver cada día, cómo las patibularias filas delincuenciales van engrosando sin temor alguno. La impunidad por estos delitos, cada momento están a la orden del día. Sanciones menos severas.
La llegada, a muy escasa edad, de Griselda Lobo Silva, mejor conocida en el mundo narcoterrorista como “Sandra Ramírez”; a las filas criminales y subversivas de las Farc, es un claro ejemplo. Llegó a esa agrupación terrorista cuando apenas asomaba a sus 18 años, buscando una “oportunidad” económica para su vida y la de su familia.
Desde 1981, ingresó como enfermera y luego pasó a formar parte de la seguridad personal de “Manuel Marulanda” o “Tiro fijo”. Se convirtió en la concubina del legendario guerrillero sin escrúpulo alguno, pese a la avanzada edad del longevo terrorista. Conoció como ninguno, la vida belicosa en el monte. Fue víctima, al lado de su amante, de varios atentados de las Fuerzas Militares y la persecución de las mismas. “Sandra Ramírez”, no fue indiferente a la guerra que esa agrupación terrorista libraba contra el Estado. Y menos, desconocía los entramados de la guerra y el narcotráfico. No ignoró el negocio del secuestro, las pescas milagrosas, el narcotráfico y se aferró a los “dividendos” que de esas oscuras actividades criminales, se desprendía.
Hoy, esa mujer con pasado borrascoso, no solo hace parte del Congreso de la República de Colombia desde el 20 de julio de 2018, sino que ahora es la segunda vicepresidenta de la Corporación legislativa. Vaya afrenta a las víctimas, a la justicia y al país todo.
Fruto de unos mal logrados acuerdos con el nefasto gobierno de Juan Manuel Santos, ella como sus camaradas vertidos, cínicamente, de everfit y con “desteñidas” credenciales de congresistas, hoy se esconden en el Capitolio Nacional como ratas de alcantarilla. Y se esconden a una justicia transnacional por sus delitos de lesa humanidad, cuyos togados internacionales son impermeables a los sobornos, a diferencia de quienes vergonzosamente dicen ser los jueces de “honor” en nuestra Nación.
Qué vergüenza de país el que nos correspondió. Qué vergüenza de justicia que hoy le hace honor a la llegada de una criminal como “Sandra Ramírez”; a quien le corresponderá validar las leyes colombianas sobre castigos al narcotráfico, sobre condenas a violación a menores de edad y quien determinará las puniciones por rebelión. Delitos estos, sobre los que no han respondido ni Griselda, ni sus bastardos camaradas. Algo así, como las ratas cuidando el queso.
Ya no es un decoro decir, como en otrora, que era un honor pertenecer al Congreso de la República, una institución que estaba bañada hasta el sótano, en indeleble dignidad. Eso se perdió desde que allí confluyeron mundialistas narcotraficantes como Pablo Escobar; y otros delincuentes no menos agresivos y criminales como los paramilitares y hoy, una mujer que con las manos manchadas de crimen a nombre del movimiento más sanguinario y antiguo del mundo como lo son las Farc, firmará durante doce meses, el futuro de nuestra justicia.
Qué vergüenza de país el que hoy exponemos al mundo, con insondable cobardía.
*Asesor y consultor
Twitter: @Grajalesluise
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