Por: Eduardo Frontado Sánchez, Consultor de temas de Diversidad e Inclusión.
Ciertamente todos estamos con el tema de la Pandemia, tratando de anticiparnos a sus consecuencias, a sus cambios, para hacer de ello la transformación que necesitamos y lograr lo que tanto ansiamos: un mundo mejor en donde todos podamos convivir de manera activa, armónica y productiva, donde nadie domine a nadie, sino que caminemos juntos, pensemos en todos y deseemos lo mejor para todos; empezando por nuestro entorno más cercano y el respeto al medio ambiente.
Pero ¿Por dónde empezar?, un buen paso para iniciar la transformación, indiscutiblemente, debe tener como prioridad a la educación. Llama la atención ver cómo a todos los niveles y en todos los ámbitos, están tratando optimizar el tiempo para entrenar al personal docente en el manejo de las redes, pues el teletrabajo saltó a la palestra y no todos estamos preparados para ello. Más aun, no todos somos amigos ni dominamos las aplicaciones, redes y sobre todo, podemos sentir temor al computador u ordenador, aunque sin querer generalizar, pues existen muchas variables que definen la habilidad con estas herramientas.
Es imposible negar la importancia de este aspecto, es impostergable el adecuarse al manejo de las redes y sus aplicaciones, no solo debido a esta pandemia, sino porque ello representa parte de este mundo globalizado. Sin embargo, la lupa debe colocarse en el contenido educativo, cómo generar un hombre nuevo, capaz de adaptarse y- pero por encima de todo-, que la educación sea el principal instrumento de superación; que permita vencer las diferencias dándonos la oportunidad de alcanzar las metas, sin que el origen pese como un lastre que no nos deja surgir.
La educación debe ser concebida como un elemento nivelador, cuyo entrenamiento para incorporarnos a la trama social sea en igualdad de condiciones, a través de nuestra capacidad productiva basada en equidad de conocimientos desarrollados en condiciones naturales de ventajas personales.
Queriendo decir con ello, que se están garantizando las condiciones para superar, de manera efectiva y definitiva, todas las barreras construidas a la fecha, de género, clases sociales, raza y sobretodo de cualidades distintas pues esta crisis ha evidenciado que nadie, por igual, está exento a la vulnerabilidad.
Son muy pocos los que han surcado este camino, sin que ninguno tenga el monopolio de la verdad, todos estamos en la búsqueda de ese nuevo camino, producto de este arrebatado y profundo cambio.
Es hora de poner en práctica, a través de la educación, el entrenamiento de todos por igual, algunos con mayor trabajo que otros, -cosa que ha ocurrido siempre-, pero con el norte del encuentro de todos, para la construcción de un mundo que goza con la combinación de sus diferencias, donde lo distinto es lo que nos une y no lo que nos separa.
Necesitamos analizar los contenidos programáticos para analizar qué valores son los que estamos pregonando, como los entendemos y más aún cómo se expresan en el conjunto de nuestra sociedad. Cómo podremos eliminar ese quítate tú para ponerme yo, o cómo dejar a un lado la competencia como sinónimo de anular la validez del otro o simplemente, la envidia ante el logro de el del lado.
La educación sin justicia y con discriminaciones es el germen generador de esta tragedia denominada “bullying” ese mal que hace de las debilidades o de las fortalezas, un instrumento de castigo u objeto de burla para esconder sus limitaciones personales haciendo de estas una tragedia. Ese es uno de los males a vencer y que esta pandemia nos da la oportunidad de hacerlo.
Aprovechemos este viaje hacia el interior que nos ha permitido hacer esta reclusión y no olvidemos que la empatía es un valor importantísimo que debemos entrenar en nuestras aulas, virtuales o presenciales, pues el contacto con el otro es una de las carencias más resaltantes junto con la solidaridad, esa necesidad de no sentirnos solos sino el poder contactar con nuestros familiares, amigos, vecinos que nos deja este confinamiento.
No dejemos a un lado esta necesidad sentida y vivida de manera dramática, es una oportunidad única e irrepetible de cambiar el rumbo, de rectificar y que implica una nueva definición de lo que somos y queremos ser en un futuro próximo. Pero, más importante aún, de lo que seremos capaces de generar en un plazo muy breve, una sociedad incluyente, justa, diferente, fortalecida por la combinación de la suma de nuestras diferencias, como resultado de que lo humano es lo que nos identifica y nos hace fuerte y coherentes.