Chelsea le dio un baño de realidad al PSG y se coronó campeón del Mundial de Clubes 

El fútbol es un deporte tan maravilloso que de un día para otro convierte a los héroes en villanos, los galones los pinta con tiza, las teorías las entierra porque, en realidad, no hay teorías, no hay certezas, y eso hace único este juego

Ese PSG que parecía imbatible, ese equipo al que todos se rendían con razón y fundamentos, esa colección de buenos jugadores y buenos conceptos técnicos que había maravillado en el Mundial fue arrasado en una final que encumbra al Chelsea como campeón y antídoto. El primero en este formato ampliado a 32 equipos, el ganador inesperado, si se quiere, porque no venía con suficiente cartel como para llevarse el título y mucho menos ante un PSG campeón de todo. Hasta ayer. 

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Luis Enrique le dieron de su propia medicina con un ejercicio táctico de Maresca que le sitúa ya entre la élite mundial. Si hacía falta algo más tras sus éxitos en el Leicester y en su primera temporada en el Chelsea, si alguien necesitaba comprender por qué Guardiola le dio cobijo en su formación y por qué él decidió volar luego solo, encontró respuesta con un primer tiempo primoroso, un baño que desactivó por completo al mejor equipo del torneo y llevó en volandas hacía la historia a su jugador estrella, Cole Palmer. 

El PSG no fue ni rastro de los anteriores. Para cuando se situó en la final ya había sufrido la amenaza de Palmer, un 10 con cara de haber conquistado Magaluf, un tipo que celebra los goles como si pasara frío, aunque el termómetro marcara 30 grados. 

Lejos de encerrarse, el Chelsea jugó de tú a tú por todo el campo sin descanso. El partido fue un uno contra uno permanente en todas las posiciones. En la presión, por supuesto, pero también en la posibilidad de desequilibrio. 

Pudo aprovecharlo Doué, pero fue demasiado generoso al querer entregar la pelota a Achraf, que venía por detrás. En la siguiente acción, con un Nuno Mendes despatarrado como cada vez que Robert Sánchez lanzó en largo en diagonal hacia su zona para provocar el desborde de Palmer, el fenomenal zurdo encontró la rendija de la portería con un put, más que un remate. 

Ocurrió igual poco después: misma zona de partida, misma amenaza al borde del área y mismo toque sutil a la red, esta vez tras un amago previo con el que paralizó el tiempo. Perdido como nunca en la temporada, casi como nunca desde que llegó Luis Enrique, el PSG se expuso a un partido de descontrol y desgobierno total. 

Las piernas de Caicedo y Enzo, bien acompañados por James, la apuesta ganadora de Maresca para completar su trío en el centro campo, impedían jugar a los parisinos. Ni elaboraban ni recuperaban. Un desastre. En esa vorágine volvió a surgir Palmer para filtrar un balón delicioso a João Pedro, quien redondeó el vapuleo con un toque sutil. Antológico. 

El KO era total para el PSG, herido en la lona con el dolor de quien no suele recibir semejantes mandobles, un grupo de jugadores a los que les cambiaron el rostro y las sensaciones, de la alegría se pasó a la tristeza, de la confianza al miedo. 

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Tampoco Luis Enrique supo qué hacer. Mantuvo el plan hasta que sacó a Barcola, los previsible. Nada por aquí. Nada por allá. No hubo truco desde el banquillo ni acierto sobre el césped. De hecho, Dembélé pudo ponerle algo de picante a la final con todo el segundo tiempo por delante, pero se topó otra vez como un Robert Sánchez gigante. Lo mismo había ocurrido antes con un cabezazo manso de João Neves. 

El Chelsea no fue el electrizante del principio, pero sí el sólido de todo el partido. Moisés Caicedo y Enzo, este último incluso al límite de sus fuerzas, sujetaron un contexto de partido al que además Maresca introdujo gente fresca como Delap y Nkunku para mantener la amenaza arriba. 

De hecho, el inglés pudo redondear un resultado mucho más abultado aún y que quedó definitivamente coloreado con la expulsión de João Neves por tirar del pelo a Cucurella. Feo gesto. La final era blue. La grandeza del título le pertenecía al Chelsea. El primer Mundial concebido para reunir a los más rutilantes galácticos castigó al PSG y a Luis Enrique y premió al proyecto de Stamford Bridge, tan criticado estos años con Todd Boehly al frente por gastar 1.680 millones en muy poco tiempo, pero, desde hoy, campeón del mundo de clubes para mayor gloria de sus aficionados y del fútbol inglés. 

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