Eran las cuatro y media de la madrugada de un día de diciembre de 1968. Los Rolling Stones habían empezado la jornada a las 8 de la mañana. A esas horas se podía definir la grabación del programa televisivo Rock and Roll Circus como un suplicio. Estaban derrengados. Pero había que repetir una canción.
Se valoró grabarla al día siguiente. Se descartó: el presupuesto no daba. Mick Jagger cogió el timón y convocó una reunión con la banda. Les pidió un último esfuerzo. Keith Richards, Brian Jones, Charlie Watts y Bill Wyman se colocaron en sus instrumentos con muecas de desagrado dibujadas en sus rostros.
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Comenzaron a sonar las tribales congas del inicio de Sympathy for the Devil. Y, de repente, el milagro. Así lo cuenta Philip Norman en la biografía más completa sobre el cantante (Mick Jagger, Anagrama, 2012): “A pesar de su cansancio, Mick nos legó la más extraordinaria interpretación que jamás ofreciera antes o después. Estaba medio dormido, pero galvanizó al público. Fue como retar a las cámaras para que no perdieran ni un milisegundo. Hacia el final, se transformó en víctima sacrificial y, arrodillado ante las cámaras como preparándose para el hacha del verdugo, se desprendió de su camiseta roja y desveló su delgado pero musculoso torso tatuado con caras y motivos negros y mágicos”.
1968 fue un año clave para el grupo británico, con la edición de Beggars Banquet y el inicio de su mejor racha, que continuó con Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972). Cuatro obras maestras. Pero también fue un periodo turbulento. Brian Jones fue arrestado y condenado por posesión de drogas: pagó una multa y se libró de la cárcel. Se sumaba a la detención por el mismo motivo de Jagger y Richards un año antes. Además, 1968 fue el año cero de las disputas entre Mick Jagger y Keith Richards, ambos entonces con 25 años.
Jagger y Anita Pallenberg comenzaron en septiembre de 1968 el rodaje de Performance, el primer papel protagonista en el cine del ambicioso cantante. Pallenberg era la pareja de Richards. “Del asunto entre Mick y Anita tardé mucho tiempo en enterarme, pero me lo olía”, cuenta Richards en su biografía, Vida (Global Rhythm, 2010). Y asume: “Aquello abrió una brecha considerable entre Mick y yo, pero sobre todo por parte de Mick, no por la mía. Y probablemente para siempre”. Luego añade que mientras Jagger tenía un rollo con Pallenberg, él se divertía con la novia del cantante, Marianne Faithfull. La historia de los Stones: dos machos alfa compitiendo.
Con el ambiente tenso entre los dos líderes, Jagger impulsó un proyecto personal: la grabación de un programa televisivo con compinches rockeros. Sería en diciembre de 1968. El cantante estaba tan empeñado que lo financió de su bolsillo, 50.000 libras. Con Michael Lindsay Hogg, que ya había trabajado con los Beatles, en la dirección, se decidió montar un circo decadente y andrajoso, con enanos, tragafuegos y malabaristas de rostros maquillados.
Se grabaría en Londres. Jagger sacó su agenda. John Lennon comandaría un grupo, llamado The Dirty Mac, con Eric Clapton a la guitarra, Richards al bajo y Mitch Mitchell, de la Jimi Hendrix Experience, en la batería. También se invitó a The Who, Jethro Tull (con Tony Iommi, de Black Sabbath, a la guitarra), el músico de blues Taj Mahal (petición expresa de Richards) y una celestial intervención de Marianne Faithfull interpretando Something Better.
La intérprete, aún conmovida por el aborto que había sufrido meses antes de un hijo que esperaba con Jagger, volcó sus emociones en la canción. Yoko Ono montaría alguna performance de las suyas. Las actuaciones se sucederían en una carpa de circo con Jagger, látigo en mano, de anfitrión. Solo unos 300 invitados, todos con llamativos ponchos de colores, y un ambiente regado con las sustancias psicodélicas de la época.
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Los Rolling Stones ensayaron 10 canciones, pero finalmente se filmaron seis: cuatro de ellas de su reciente Beggars Banquet (Parachute Woman, No Expectations, Salt Of The Earth y Sympathy for The Devil), además de You Can’t Always Get What You Want (que incluirían en su siguiente disco, Let It Bleed) y Jumpin’ Jack Flash (publicada meses antes).
El momento supremo llegó con Sympathy for the Devil, donde Jagger transmuta en un Lucifer que arrastra, implacable, al resto de la banda hacia el límite. Se mueve como poseído, entre espasmos, y cuando canta el oyente siente una extraña sensación de miedo y atracción. El público, que estaba extenuado, se dejó guiar por este príncipe de las tinieblas del rock, que convirtió el plató circense en una sesión de chamanismo. Se ve a Pete Townshend pegar saltos y a John Lennon y Yoko Ono agitándose. Por cierto, los tatuajes tan vistosos que muestra Jagger son falsos.
Ian Anderson, que había actuado antes con sus Jethro Tull, dijo: “La energía de Jagger lo puso todo patas arriba. Fue impresionante ver cómo arrastraba al resto de la banda con él”. Cuando terminó la grabación, Jagger, incansable, se fue a pasear con Marianne Faithfull y Taj Mahal por el Támesis.
Fue la última actuación en público de Brian Jones con los Rolling Stones. En alguna secuencia se ve al guitarrista desmoronándose y en algunas canciones se limita a mover las maracas. Jones fue expulsado del grupo en junio de 1969 y un mes después fue encontrado muerto en la piscina de su casa.
Fue una interpretación de Sympathy for the Devil de 8 minutos y 49 segundos memorable que, paradójicamente, no convenció a los Stones. Hasta tal punto que decidieron guardar en un cajón Rock and Roll Circus. ¿La razón? Consideraron que la intervención de The Who, ciertamente demoledora, eclipsaba todo lo demás.
Tuvieron que pasar 28 años para que el grupo, en 1996, se decidiera a publicar Rock and Roll Circus. Después de grabar el programa, Jagger y Richards se marcharon de vacaciones a un crucero por Brasil. En compañía de sus parejas, Marianne Faithfull y Anita Pallenberg. Todos viendo el fantasma de la infidelidad a la vuelta de la esquina y con algunos de ellos (sobre todo Anita y Keith) con la sombra de las drogas duras haciendo su primera mella.
El objetivo del viaje por Brasil era restablecer la relación entre los dos líderes y mantener viva la llama compositiva. Según cuenta Laura Jackson en el libro Insaciable (La Máscara, 2000), Jagger continuó coqueteando con Pallenberg durante aquellas vacaciones. “Tiempo después, Anita comentaría que aquel interés de Jagger iba encaminado a fastidiar a Richards”, cuenta Jackson. A pesar de estos piques, los dos músicos se unieron fraternalmente para afrontar la mejor época compositiva de los Rolling Stones.
Más de 50 años después y con un Jagger de 80 años y un Richards a punto de cumplirlos (el 18 de diciembre), el dúo todavía es capaz de sentarse a escribir canciones: su nuevo disco, el primero con canciones nuevas en 18 años, se publicará este otoño.