En el corazón de Bogotá, donde la historia y la transformación se entrelazan, el Proyecto Metropolitano Bronx Distrito Creativo (BDC) de la Alcaldía Mayor de Bogotá, liderado por la FUGA en articulación con Renobo, está llevando a cabo un proceso de investigación arqueológica sin precedentes en la ciudad. Con el acompañamiento técnico del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), se han identificado más de 51.000 hallazgos arqueológicos, que evidencian una ocupación continua del territorio desde el siglo XVII hasta la actualidad.
Los primeros registros históricos de esta zona se remontan a la época colonial, cuando la ciudad aún no había sobrepasado sus fronteras naturales entre los ríos San Francisco y San Agustín. En 1730, Juan Alonso Núñez de Jaime llegó a Santa Fe y compró al cabildo los terrenos circundantes a la actual Plaza de los Mártires, los cuales pertenecían a un ejido. A partir de entonces, la zona comenzó a ser conocida como la Huerta de Jaime. Posiblemente, esta huerta estaba distribuida en espacios organizados con caminos y cuadriláteros que albergaban diferentes tipos de cosechas, hierbas y flores.
Este lugar también fue reconocido porque los españoles lo destinaron, en tiempos de revolución, como sitio de ejecución de prisioneros, al encontrarse “extramuros” de la ciudad. Antes de la mitad del siglo XIX, el occidente de la ciudad se caracterizaba por sus campos y pantanos descubiertos. En aquel entonces, la Plaza de los Mártires era considerada el límite urbano de la ciudad en este sector.
Durante el proceso de urbanización, entre finales del siglo XVIII e inicios del XIX, emergieron en la zona las llamadas “casas de recreo”, que posteriormente serían conocidas como casas quintas. En la Huerta de Jaime se ubicó la Quinta de Segovia, un inmueble que en 1830 pasó a manos de Alejandro Carrasquilla.
La Quinta de Segovia tuvo diversos usos a lo largo de los años. En 1860, fue parte del noviciado de la Compañía de Jesús y, posteriormente, pasó a ser propiedad de la nación. Durante esta época, funcionó como cuartel militar y, más tarde, en 1881, como sede del Instituto Nacional de Agricultura. Sin embargo, debido a la guerra civil, volvió a ser utilizado como cuartel militar en los años siguientes.
A finales del siglo XIX, en esta zona también se fomentaron otros espacios de entretenimiento y ocio. Un ejemplo fue el primer circo de toros de la ciudad, una estructura circular de madera con tarimas donde se realizaban espectáculos públicos con animales, como corridas de terneros y peleas de gallos. Este circo estaba ubicado en la intersección de la calle 10 con carrera 15. A inicios del siglo XX, comenzó la construcción del edificio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, el cual fue parcialmente inaugurado en 1918, aunque no se completó hasta la década de 1930.
Entre 1910 y 1920, se llevó a cabo la apertura de la carrera 15 (La Milla), una vía que no existía en la conformación inicial de las manzanas. Su construcción tenía como objetivo mejorar la accesibilidad a edificios emblemáticos, como la Iglesia del Voto Nacional y la Facultad de Medicina.
La Avenida Caracas fue diseñada en 1932 y ejecutada entre 1933 y 1934. Su construcción requirió varias demoliciones, incluido un recorte significativo de la Plaza de los Mártires y del antiguo edificio de la Facultad de Medicina.
Según los Lineamientos de Intervención del Edificio de la Antigua Facultad de Medicina, realizados en 2018: “El conjunto original de la antigua Escuela de Medicina sufrió una drástica modificación motivada por la construcción de la avenida Caracas en 1950. Los pabellones del costado oriental fueron demolidos por completo para dar paso al proyecto vial”.
En 1953, el Banco Central Hipotecario devolvió a la Nación el inmueble denominado Facultad de Medicina (Escuela Nacional de Medicina), ya que la universidad se trasladó al campus de la calle 26. A partir de 1954, la edificación fue ocupada por la Brigada de Institutos Militares del Ejército y, posteriormente, por el Batallón Guardia Presidencial, que permaneció allí hasta la década de 1990.
Al poner en diálogo las fuentes históricas con el análisis del material arqueológico encontrado en el proyecto, es posible evidenciar cómo la ocupación humana en este sector ha sido continua y ha evolucionado con el tiempo, desde las primeras poblaciones muiscas hasta su consolidación como un epicentro de la industria bogotana.
“La arqueología urbana nos está permitiendo redescubrir la historia viva de Bogotá. Cada hallazgo nos ofrece una pieza clave para comprender la evolución de la ciudad y su gente. Estos hallazgos arqueológicos no sólo deben ser documentados, sino también protegidos y gestionados adecuadamente.”, afirma Sthefany Vélez, arqueóloga del Bronx Distrito Creativo.